La pragñaparamita en la era de la información
Toda la información que podamos obtener, no importa cuánta sea, ni si la obtenemos de simplonas infografías viralizadas por las redes o de rigurosos artículos revisados por pares, básicamente constituye un muro de entretenimiento y espectáculo que brinda una falsa sensación de sabernos facultados para argumentar o contraargumentar respecto de algo o sentirnos con el derecho de estar a favor o en contra de alguien. Todas las (im)posturas ideológicas, disfrazadas en el ámbito académico con el nombre de «doctrinas», «paradigmas» o «teorías», son más o menos el producto de una ingenuidad narcisista de la que todos los humanos adolecemos en menor o mayor grado. El mundo está lleno de incertidumbre, azar y complejidad, poblado de sucesos como la tabla de Carnéades, el dilema del tranvía o el dilema del prisionero, donde nuestra ignorancia no es el único ni el mayor obstáculo para lograr la felicidad, la paz, o lo que sea que persigamos en la vida mediante la búsqueda de información.
Estamos condenados a hacerle nudos a la manguera puesto que no alcanzamos a cerrar la llave, a poner cubetas en el suelo puesto que no tenemos para el impermeabilizante, a cosernos el culo puesto que el hallazgo del medicamento contra la diarrea resultó ser una fake new. Somos conductores de autos cutres en un laberinto lleno de baches y voladeros insalvables. Sabemos menos de lo que creemos acerca de nosotros mismos y de nuestro impredecible entorno. El universo se encuentra en un incesante cambio desde hace eones, por lo que el mero hecho de que las cosas aquí en la Tierra ya no sean como eran hace apenas 500 000 años es algo tan banal que no merece que le prestemos ninguna atención.
Se cuenta que cierto hombre dijo a otro que "todo es relativo", a lo que el segundo replicó:
—Entonces, puedo mutilarte o asesinarte y eso no tendría por qué importar.
El hombre guardó silencio y, poco tiempo después, cambió de postura y arremetió diversas tesis contra el relativismo.
Muchos, en el lugar de aquel hombre tibio, habríamos extendido nuestras extremidades sin temblar. No por orgullo, ni por odio a la vida, ni por apatía, sino por la pragñaparamita...
¿Entonces lo correcto es dar la vida a quien quiera mutilarnos? No. No es lo mismo dar la vida por apatía o por orgullo o porque simplemente creemos que es lo correcto, que darla por la pragñaparamita. La pragñaparamita descansa en una voluntad que es gratuita pero no accidental. El orgullo y la apatía son pasiones. No se puede ser entusiasta desde la apatía, ¡pero sí desde la pragñaparamita!
En su obra de 1976, El gen egoísta, Richard Dawkins aseveró que todos los organismos somos meras máquinas de supervivencia para genes, ya que son éstos, y no los individuos ni las especies, los agentes fundamentales sobre los que opera la evolución. Por otro lado, está la tendencia del universo hacia la entropía. ¿Es que, como resultado de estas teorías, de veras nada importa? De ser el caso que nada importe, tampoco debería importarnos que nada importase, lo que nos lleva a plantearnos la posibilidad de que el mismísimo cosmos se haya creado nomás por los huevos del caos o de la nada.
La pragñaparamita se me antoja afín a la ignorancia socrática y va muy de la mano con la ética de la virtud por la virtud misma, sea lo que sea que esto signifique. Don Juan Matus, el misterioso brujo maestro de Carlos Castaneda, diría que un camino sólo es un camino y que, por ende, todo el pedo consiste en elegir un camino que tenga corazón. Así, nosotros diríamos que el universo vio que el Big Bang tenía corazón.
Si para el consecuencialismo ético un acto es bueno porque proporciona la mayor felicidad al mayor número, y para el deontologismo un acto es bueno porque así lo dicta la ley (sea una ley dictada por la razón práctica, como en Kant, o no), para la ética de la virtud un acto es bueno porque es virtuoso. Y el virtuoso al que hemos de aspirar practica la virtud por sus huevos.
La ética virtuosa y el concepto de virtud provienen de Platón y Aristóteles, principalmente, aunque también han estado presentes, con distintos nombres y matices, en las filosofías orientales. Para el budismo, por ejemplo, existe una fábula tradicional que ejemplifica, a medias (y no podría ser de otro modo), la noción de la virtud por la virtud misma:
"Corazón Compasivo era el capitán de una nave que viajaba con quinientos pasajeros, cuando un pirata, Arpón Furioso, asaltó la nave y los amenazó con matarlos a todos. El capitán comprendió que si el pirata lo hacía, sembraría las semillas para padecer un intenso sufrimiento, entonces, movido por la compasión que sentía tanto por el pirata como por los pasajeros, mató a Arpón Furioso."
Frente a la pregunta: ¿hizo bien o hizo mal Corazón Compasivo en matar a Arpón Furioso?, si alguien dice que hizo bien, no es así; si alguien dice que hizo mal, tampoco es así; si alguien dice que no hizo bien ni mal, esa es una respuesta demasiado limitada; si dice, pues, que tanto hizo bien como hizo mal, tampoco es así; si dice que hizo tanto bien como mal pero al mismo tiempo no hizo ni bien ni mal sino que a veces hizo bien y a veces mal..., mantendremos que cualquier respuesta u opinión es limitada, evocando esa vacuidad de la mente que se siente plena y satisfecha apoyándose en un retorno insistente a sí misma, que es nada.
Eso es la prajñaparamita, la cual tiene por vehículo testamentario, no a una tesis, ni a una antítesis, ni a una síntesis, ni a una marcha pro-aborto, ni a un libro, ni a una columna de opinión periodística, ni a una teoría científica, ni a un comentario feisbuquero; sino a un mantra: «gate gate paragate parasamgate bodhi svaha».
En Occidente se asume genéricamente que toda disputa, todo debate, todo dilema, se resuelve mediante la dialéctica, y para casi todo creemos tener una opinión (a menudo expresada con una actitud del carajo). Aquí estamos acostumbrados a tener que pronunciarnos ferozmente a favor o en contra de Corazón Compasivo, a favor o en contra de Arpón Furioso (a quien muchos censurarían en la actualidad, o le cantarían "el violador eres tú", o le dirían que "esas no son formas"; ¡ni a quién irle!), para que en ese arduo pero necesario choque de opiniones, tesis y antítesis, surja finalmente la síntesis triunfal del progreso. ¡Patrañas!
Para la prajñaparamita, toda dialéctica se queda corta y en última instancia no hay tal cosa como una "sana dialéctica". Cualquier respuesta, postura, ideología, investigación, enunciado, tratado o marcha (violenta o pacífica) se quedan cortos frente a la magnitud de las cosas, frente a la intrincada complejidad de los hechos. No hay respuesta a la pregunta de si matar a otro ser humano es malo o no. No hay respuesta a la cuestión de si debemos frenar el calentamiento global o no. Cualquier intento de respuesta queda tan corta y pueril como las campañas de derecha e izquierda políticas ante los graves problemas que aquejan a los países subdesarrollados. De hecho, no hay respuestas, a secas, y también las preguntas salen sobrando. ¿Qué nos queda? (Nótese la ironía.)
Eventualmente y por la pragñaparamita misma podemos reservarnos el derecho de seguir buscando, de seguir leyendo y aferrarnos a nuestras posturas o ideologías, sosteniendo con vehemencia nuestras opiniones, siempre a sabiendas de que cualquiera de nuestras ocurrencias es y será provisional en el fondo. Confiemos en que los genes o la entropía sabrán lo que hacen de nosotros, seamos lo que seamos ahora. Siempre estaremos propensos a errar, con todo y nuestra pretensión de objetividad, con todo y el inmenso mar de información a nuestro alcance hoy en día. ¿Y qué?
Cuando Dios, o la nada, nos diese a escoger entre (1) su mano derecha, que guarda el conocimiento absoluto, o (2) su mano izquierda, que guarda la investigación, la opinión y la dialéctica, en realidad nos estaría dando a elegir entre (1) tomar su mano izquierda o (2) dar nuestra mano derecha...
Después de todo, ¡qué bonitas suenan nuestras pendejadas! Si vamos a apoyarlas o vamos a contrariarlas, que sea nomás por la pragñaparamita.
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