Mi cosmogonía

En la historia del pensamiento humano, la idea de que el universo se creó de la nada choca tanto como la de que carece de origen. Se han hecho distinciones, absurdas al sentido común, entre lo que es la nada, lo que es el vacío, lo que es la antimateria... con vistas a descifrar el enigma del cosmos. La ciencia hegemónica admite la teoría del Big Bang y ha sido capaz de vetar de los observatorios a astrónomos que la han cuestionado, como Halton Arp. Ni qué decir de la suerte que corren quienes creen que el universo fue creado por un Dios personal individuado y separado de su creación.

La mayor contribución de algunos filósofos, por su parte, ha sido cuestionar la existencia misma del universo. Se sabe que a la fecha el solipsismo no ha sido refutado. Descartes tuvo que dar saltos cuánticos para salir de la duda metódica y el cogito ergo sum. Otros filósofos se han encargado de hacer distinciones extrañas entre lo real, lo físico, lo necesario o lo contingente... todo para salir del aprieto cartesiano.

Si la teología puede llegar a ser más fascinante que la ciencia y la filosofía juntas cuando se ocupa de responder cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler, seguro tendrá algo interesante que decir sobre el universo y su origen. Lo mismo cabe decir para la literatura, el cine, la música y todas las artes. Me gusta pensar que el universo es una ficción tragicómica que se va narrando a sí misma a la vez que ya está culminada en la mente de sí mismo. Sin embargo, frente al asalto de mi mente individual que furtivamente cobra consciencia de sí sin saber cómo ni por qué es lo que es, no puedo sino quedarme callado entre la angustia y el asombro. ¿Por qué todo es como es? "¿Por qué hay ser y no más bien nada?", se preguntaba Leibniz.

Pero volviendo al meollo cosmogónico, Robert Anton Wilson sugiere la posibilidad de adentrarnos a cada una de las realidades-túnel respectivas al origen del universo. Y ninguna cosmogonía es mejor que la otra. Más aún, todas ellas, en tanto creencias o sistemas de creencias, son una imagen de la verdad, de acuerdo con Wiliam Blake. Para R. Steiner, siguiendo a Goethe, el pensmaiento es un órgano de percepción; así como el ojo percibe la luz y el oído percibe sonido, así el pensamiento percibe ideas. Entonces, es posible creer que el universo tuvo un origen, es posible creer que es infinito y que carece de origen por tanto, pero también es posible creer que no existe más que como ilusión. Todas estas posturas son imágenes de la verdad.

Sería interesante aventurar otra realidad-túnel, otra cosmogonía, y apostar por ella. Pero encuentro más interesante nutrirme de todas las que ya existen. Me apoyo en un trivialismo ontológico en el que todas las proposiciones, todas las doctrinas, todas las teorías, son igualmente verdaderas, incluso las contradictorias. No tengo reparo en afirmar y negar P al mismo tiempo, siendo P cualquier disparate o cualquier genialidad en torno al origen del universo. Yo mismo soy y no soy; como el universo entero. Soy y no soy el universo, que tiene y no tiene sentido, es ordenado y caótico, oscuro y luminoso, sobrio y pacheco, todo y nada a la vez. Prívenme un instante de todos los alfabetos y me convertiré en el soplo inmediatemente anterior al Big Bang, cuando no había gravedad, ni electromagnetismo, ni interacción nuclear entre quarks... cuando el ser estaba experimentando sus primeros espasmos preeyaculatorios dentro de la vagina de la nada(Nota: Es maravilloso que la RAE admita "instante o brevísimo tiempo" como la segunda acepción de "soplo".)

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